Francisco I. Madero.
La noche del
22 de febrero de 1913 fueron asesinados Francisco Madero y José María Pino
Suárez cuando eran trasladados a la Penitenciaría, en la Ciudad de México. Tres
días antes la Cámara de Diputados había aceptado sus renuncias como Presidente
y Vicepresidente de la República, respectivamente.
Estos crímenes,
atribuidos al general Victoriano Huerta, quien el 18 del mismo mes había
asumido el poder civil y militar de la nación, abrieron las puertas del infierno para los
mexicanos, pues si el Presidente Madero hubiese terminado su mandato
constitucional y avanzado en el cumplimiento de los anhelos revolucionarios de
1910, otra muy distinta hubiera sido la suerte del país.
Un Presidente desamparado del pueblo
En primer
lugar sorprendió en aquella época cómo un hombre de temple, como Madero, consintiese
en renunciar a su alta investidura, allanando así el camino de la traición. Hay
quienes señalan que lo hizo porque se sintió desamparado del pueblo y porque se
le dijo que era esa la manera de salvar la vida de todos sus amigos presos.
Hubo después
otra renuncia incalificable: La del ministro de Relaciones maderista, que, por
ley, se convertía en Presidente y que renunció al instante a fin de que la
Cámara pudiese nombrar Presidente interino al propio Victoriano Huerta.
Hasta el Papa felicitó a Huerta
En aquel
tiempo todo indicaba que la gente, cansada de desórdenes, prefería el
autoritarismo de los generales a la democracia maderista. El escritor José Vasconcelos,
testigo de aquellos acontecimientos, informa que hasta el Papa Pío X felicitó a
Huerta “por haber restablecido la paz” y le envió sus bendiciones.
El asesinato
de Madero y Pino Suárez constituye todavía un punto oscuro en la Historia de
México, ya que el plan original, confirmado entonces por el embajador de
Estados Unidos, Henry Lane Wilson, era desterrarlo del país, para lo cual
estaba listo un tren en la estación. Y además se dice que cuando Huerta recibió
el informe de la “ley fuga” aplicada a Madero, exclamó sorprendido y molesto:
“¡Ya hicieron mártir a este pen…!”
Y en efecto,
el abominable crimen desencadenó acciones militares que pronto arrojaron del
poder al propio Huerta y regaron de sangre a la nación. Esto fue precisamente
lo que trató de evitar en 1911 el dictador Porfirio Díaz cuando,
presionado por Madero, renunció a su cargo y eligió el doloroso destierro.
Madero, bandera de la regeneración
patria
Madero
asesinado fue sin duda una bandera de la regeneración patria. “Hay ocasiones en
que el interés de la masa reclama la sangre del justo para limpiarse de
pústulas. Cada calvario desnuda la iniquidad del fariseo”, dice Vasconcelos.
En fin de
cuentas, a 100 años del asesinato de Madero, es evidente que nuestro país
avanza en su desarrollo democrático, aunque a costa de otros muchos sacrificios.
Ahora hay hasta alternancia en el poder, cosa que se creía imposible hace
apenas dos décadas. Es claro que esta costosa democracia aún arrastra
bastantes errores, pero lo bueno es que el camino para corregirlos pacíficamente
permanece abierto.
Imagen:
Enciclopedia de México.
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