Enrique Peña Nieto, presidente de México.
Cada seis
años los mexicanos depositan sus
esperanzas de mejoras económicas y sociales en el nuevo Presidente de la
República. Enrique Peña Nieto, recién ungido como primer mandatario para el sexenio 2012-2018, no es la excepción de la regla. La mayoría de mexicanos,
incluso muchos de quienes no votaron por él, confían en que su gobierno aliviará
los grandes problemas nacionales.
Hubo grupos
minoritarios que, inconformes con la elección, se manifestaron violentamente contra
el nuevo régimen. En cualquier sistema democrático la inconformidad es
bienvenida porque permite ir corrigiendo posibles errores en las acciones de
gobierno. Toda oposición encauzada dentro de la ley no sólo es tolerable, sino
deseable. Sin embargo, cuando se traduce en actos vandálicos, no sirve para
nada.
Peña Nieto
ha venido a alimentar la esperanza de bienestar nacional en cinco ejes
fundamentales que tienen que ver, el primero, con la seguridad pública, un
problema sumamente grave que no se había manifestado con tanta virulencia desde
tiempos de la Revolución, hace más de 80 años. Decenas de miles de muertos,
entre ellos muchos inocentes, han pagado las consecuencias de este dramático
ambiente.
Algo que
llama la atención en la nueva política de seguridad de Peña Nieto es que, a
diferencia de su antecesor, no busca frenar la violencia con la violencia
misma, sino con inteligencia, procurando desactivar los conflictos antes de que
hagan crisis. Ésta es la función fundamental de los políticos, no solamente
mexicanos, sino de todo el mundo: prevenir, es decir, resolver los problemas antes
de que se vuelvan incontrolables.
El segundo
eje de su programa es combatir la desigualdad social, la pobreza y el hambre,
apoyando con recursos económicos, pero también con leyes, a quienes menos
tienen.
El tercer
eje gira sobre la educación de calidad, indispensable para brindar
oportunidades de capacitación a los jóvenes que tienen todo el derecho de
ganarse honradamente la vida.
Seguido del
anterior viene el cuarto punto, que es el fomento a la inversión privada para crear
fuentes de trabajo, impulsando, por ejemplo, las obras de infraestructura en
transportes que permitan la instalación y operación de nuevos negocios.
Finalmente, algo
también importante, la recuperación del prestigio de México en el exterior. Recuérdese que en el
pasado, México fue llamado “hermano
mayor” entre los países latinoamericanos, honroso título que se perdió en los
últimos lustros debido a los repetidos desatinos del gobierno.
Todo parece
estar bien: un nuevo gobierno decidido a reasumir el rumbo correcto y una
inmensa mayoría de mexicanos que confía en la realización de este programa. Lo
único que yo agregaría es no caer en el error de que el Presidente lo puede todo, porque
ni es Dios ni están dadas las condiciones para que maneje a su antojo la
política nacional como lo hicieron sus correligionarios que lo antecedieron en
la Presidencia. Ahora sí es labor de todos los mexicanos lograr que el
Presidente tenga éxito, y si él lo tiene, seguramente lo tendrá el país.
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