Ante la emergencia, la gente se transporta en patrullas de policía.
Hace más de tres décadas que se encuentra en crisis el sistema de transporte urbano de Guadalajara, la segunda ciudad más importante de México, y ningún gobierno, panista o priísta, ha podido ni ha querido resolver el problema de fondo. Los paros camioneros, como el ocurrido el lunes, están a la orden del día, en perjuicio de toda la ciudad. ¿Y las autoridades? Bien, gracias.
La cuestión
no es tan complicada: los concesionarios del transporte hacen paros del
servicio porque el Gobierno les regatea aumentos en los precios del pasaje.
Esto sucede sistemáticamente desde hace más de 30 años, ya que por una parte los
transportistas quieren aumentar sus utilidades, y por la otra, el Gobierno
pretende defender el interés público resistiéndose al aumento, cuando en
realidad también lo busca.
Mientras
tanto, en estos 30 años los sucesivos gobiernos no han hecho otra cosa que
experimentar con diversos sistemas para mejorar el transporte urbano, como fue
el caso de los trolebuses en los años 70 y del Tren Ligero en los 80 y 90,
pasando por la creación y operación de empresas públicas, microbuses,
macrobuses, choribuses, etcétera. Todo, menos un plan de largo plazo para crear
un transporte masivo, económico y eficiente.
Pero tampoco
la iniciativa privada, en este caso muy falta de iniciativa, ha hecho
propuestas concretas, con aportaciones financieras, para crear el sistema de
transporte masivo que la ciudad reclama. Los empresarios involucrados en esta
rama, muchos de ellos políticos, se conforman con las utilidades que les rinden
sus diez, 20 o 50 camiones, con frecuencia destartalados, pura chatarra, y ni
siquiera imaginan la posibilidad de formar una sociedad con el Gobierno para
modernizar el servicio.
Fue en los
años 20 del siglo pasado cuando empezó a estructurarse el actual sistema de
transporte urbano de Guadalajara, a la sombra de líderes que ya murieron y que
incluso se encuentran en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, como lo es
Heliodoro Hernández Loza. En otras palabras, ya vamos para un siglo soportando
este anacrónico sistema, con el consabido jueguito de “si no me aumentas la
tarifa, te hago un paro”, y tras el paro, viene el obligado aumento. ¿Cuánto
tiempo más aguantarán los tapatíos estas simulaciones?
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