Representación del Dios de la Muerte. Zachila, Oaxaca (Fototeca INAH)
Infinidad
de manifestaciones populares, desde la más remota antigüedad hasta nuestros
días, hablan del aparente desprecio o burla, que con frecuencia llega a reto o
desafío, por parte del mexicano ante la muerte.
El
destino fatal no parece asustarle al mexicano común; al contrario, parece que le
atrae. Entre las numerosas canciones populares que hablan de este desafío
figura “Sangre caliente”, que interpreta Vicente Fernández y que habla de un
paisano que no sólo no le teme a la muerte, sino que la convoca: “Me gusta el 2
de noviembre, y ayer fue día primero”, dice.
Hay
quienes sostienen que esta actitud no oculta otra cosa que el miedo a morir. Lo
cierto es que para el mexicano la muerte sigue siendo rito, celebración,
homenaje, ironía o burla, todo, menos indiferencia.
¿Qué
pensaban sobre la muerte los antiguos mexicanos? Para ellos, ésta no era el fin
natural de la vida, sino parte de un ciclo infinito. Tanto así que a la fecha
seguimos llamando “hueso” a la semilla de cualquier fruto: “hueso” de aguacate,
de mango, de durazno, etc. Semilla y hueso, principio y fin, vida y muerte a la
vez.
Hoy
la muerte es motivo de celebración por el Día de Difuntos; de homenaje, por los
altares de muertos, y de ironía por las “calaveras” o versos jocosos que en
esta ocasión dedicamos al prójimo, anticipándole maliciosamente el día de su
partida.
Lo
cierto es que salvo algunos paisanos con tendencias suicidas, la inmensa
mayoría no queremos morir; por muchas que hayan sido las penas sufridas, el instinto
de supervivencia predomina. Hay viejos centenarios que, a un paso de la
sepultura, no están dispuestos todavía a enfrentarse a la muerte. Sin embargo,
si ésta no tiene remedio, más nos vale aprovechar su día para reconciliarnos
con ella.
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